lunes, 31 de diciembre de 2018

Los nazis, los judíos y los otros alemanes

Acabo el año reseñando una novela que seguramente todo el mundo tiene ya en su estantería de leídos desde hace tiempo, de modo que poco pretendo aportar con ella más allá de compartir lo que más me gustó de esta lectura. No obstante, por si acaso eres un lector rezagado como yo, intentaré controlarme con los spoilers.
Dicha novela es el bestseller La ladrona de libros, del australiano Markus Zusak (Sidney, 1975). La edición que manejo es la de bolsillo de Penguin Random House, que me la regaló una amiga tras soltar un cómo, aún no la has leído (gracias, en serio, eres un sol), y responde a una reimpresión del 2017, aunque ya va por la decimotercera edición en este formato. En cualquier caso, fue publicada en el 2005 y se tradujo al español un par de años más tarde, por Laura Martín de Dios. En cuanto a las ilustraciones del interior (que se engarzan en la trama; no son decorativas ni tampoco, por tanto, varían con la edición), pertenecen a Trudy White.
A primera vista destaca el grosor del libro, que sobrepasa las 500 páginas. Pero que no os confunda el formato ladrillo; no es una lectura pesada o tediosa, o no lo es más allá de las primeras diez o quince páginas, donde una se ve ante la tesitura de descubrir y comprender la perspectiva desde la que se narra su historia. Además, en el texto se introducen a menudo palabras en alemán, y acostumbrarse a ellas requiere cierta paciencia.
Pero vuelvo al narrador, que, por mucho que al principio me chirriara, es de las cosas que más me han gustado de este libro. Y es que el relato es contado por un inusual testigo (bueno, casi testigo; se ha encontrado con la ladrona de libros en varias ocasiones, y lo que entre uno y otro encuentro sucede lo reconstruye a partir de unos escritos que deja la muchacha): la Muerte. Me fascinó porque no son pocas las veces que se muestra perpleja ante la humanidad y el absurdo de las guerras que la obligaron a recorrer toda Europa durante la primera mitad del siglo pasado, así como por su ocasional humor negro (página 478).
"Lo cierto es que durante los años que duró la hegemonía de Hitler, nadie logró servir al Führer con mayor lealtad que yo. El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea recta, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir."
Otro aspecto que hace esa voz sobrenatural muy interesante es el hecho de que lo sabe todo de todos y más de una vez adelanta acontecimientos, como por ejemplo cuándo o cómo será su futuro encuentro con los personajes (¡ahhhh!), de modo que tiene una capacidad especial para jugar con las expectativas del lector, generar interés y crear tensión.
Asimismo, me enamoró la Muerte porque rompe con la imagen cruel del ideario medieval (página 307):
"UNA PEQUEÑA VERDAD
No llevo ni hoz ni guadaña. Sólo cuando hace frío visto un hábito negro con capucha. Y no tengo esos rasgos faciales de calavera que tanto parece que os gusta endilgarme, aunque a distancia. ¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo."
Pero también porque no tiene una perspectiva humana del mundo: ella lo ve todo desde fuera. Por eso plantea la historia al lector como una película muda cuya acción interrumpe constantemente con cartelitos aclaratorios como el de la anterior cita, o el de la siguiente (que es el primero de todos con los que una se encuentra en estas páginas). En él, como en el de más arriba, se presenta apelando sin ningún miramiento al lector:
"UN PEQUEÑO DETALLE
Morirás"
Además, el estilo, conciso y muy visual, me recordó al de los guiones de cine y las obras de teatro. Podría citar medio libro para ejemplificar esto, la verdad, pero me quedo con una frase de la página 129, donde se transmite de manera inigualablemente escueta la opresión a la que se ven sometidos los personajes (que tienen que guardar un secreto y spoiler spoiler spoiler). Dice así:
"La noche era plácida y serena. Todo les prestaba oídos"
¿Y cómo no ver, literalmente, el breve flashback de la página 451?
"— Solía leer aquí con mi hijo, pero entonces...
Liesel sintió el aire a su espalda. Vio una madre leyendo en el suelo con un niño que señalaba los dibujos y las palabras. Luego vio una guerra por la ventana.
— Ya lo sé."
De igual modo, en la estructura encuentro una alusión al mundo del cine y el espectáculo, ya que cada una de las partes en que se divide el relato, así como el prólogo y el epílogo, se encuentran encabezados por una breve "presentación" de las escenas. Pero como es bastante probable que no me explique bien, mejor pongo un ejemplo:
"PRIMERA PARTE
Manual del sepulturero
Presenta:
Himmelstrasse - el arte de ser una saumensch - una mujer con puño de hierro - un beso frustrado - Jesse Owens - papel de lija - el aroma de la amistad - una campeona de peso pesado - y la madre de todos los watschens"
En mi opinión, todo lo dicho hasta ahora se refleja perfectamente en la portada de mi edición, diseñada por Gavin Morris e ilustrada por Jeff Cottenden. En ella se muestra la imagen en blanco y negro de una chica echada con indulgencia sobre una tarima, leyendo ajena a las cortinas rojas que la enmarcan (foto aquí), de modo que se obliga al lector a situarse junto a la Muerte, fuera del escenario, en el patio de butacas. Desde el mismo momento en que acogemos en nuestras manos el tomo, pasamos a ser espectadores de los acontecimientos, tomamos distancia.
Pero todavía hay más, pues no sólo en la composición aciertan, sino también en los colores (blanco, negro y rojo), que responden a la forma de ver el mundo de la Muerte, como ella misma advierte en los primeros párrafos:
"Primero los colores.Luego los humanos.Así es como acostumbro a ver las cosas. O, al menos, así es como intento verlas. [...]Cuando la recuerdo [aquella época], veo una larga lista de colores, aunque hay tres que resuenan en mi memoria por encima de todos los demás:
LOS COLORES
Rojo Blanco Negro"
Y es cierto, porque más allá de una lágrima amarilla o un libro azul o verde, el autor no menciona muchos más a lo largo del libro (lo cual, en mi opinión, podría haberse tenido en cuenta en el aspecto fotográfico de la película, que entre el narrador, los adorabilísimos personajes y los colores me imaginaba una mezcla de El curioso caso de Benjamin Button, El viaje de Chihiro y La lista de Schindler).
En cualquier caso, he de reconocer que el hecho de que la historia se ambientara en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, más concretamente en la Alemania nazi de los años 1939-1943, me echaba muchísimo para atrás; estoy algo aburrida de los relatos maniqueos de judíos siendo martirizado por malvados alemanes. Sin embargo, en ese sentido esta historia es por completo distinta. Va más allá de los clichés en que se suele caer al tratar este episodio histórico; lo aborda desde una perspectiva, a mi entender, nueva y más humana. Porque en aquella Alemania había alemanes judíos y alemanes nazis, claro, pero también alemanes de clase alta y alemanes obreros; alemanes comunistas; alemanes que, sin ser judíos, eran contrarios al nazismo, pero tuvieron que aceptar la ideología mayoritaria para sobrevivir. Y, cómo no iba a haberlos, alemanes niños que jugaban al fútbol en la plaza de los pueblos y pasaban hambre debido al racionamiento, y fueron, como todos los demás, víctimas de los bombardeos. Este es el caso de Liesel Meminger, una huérfana de cuya genealogía solo podemos conocer lo que su descripción deja intuir: "tenía el pelo rubio, al estilo alemán, pero sus ojos eran sospechosos: castaño oscuro" (página 34). 
Llegados a este punto he de señalar lo bien construidos que se me hacen los niños de Markus Zusak. Me encanta su forma de reflejar la importancia de las pequeñas cosas, de lo cotidiano, del juego y el hambre en el mundo infantil; de cómo a veces, cada vez más, la política y la guerra van irrumpiendo en él, amenazando con quebrar la ingenuidad que lo caracteriza. Y ello quizá se deba a que es un escritor ducho en literatura infantil y juvenil, con múltiples premios a su espalda, y que por tanto conoce los intereses de su público. La ladrona de libros, sin ir más lejos, recibió el Kathleen Mitchell Award 2006, entre otros. También ha sido reconocido por Fighting Ruben Wolfe (2001) y The messenger (2002), que en el mundo hispanohablante pasó a titularse Cartas cruzadas. Por ello, aunque esta historia no me parece únicamente para niños, los retrata muy bien, a la par que da a todo cierto aire de cuento que me fascina. A decir verdad, La ladrona de libros me ha hecho sentir como cuando tenía diez u once años y me adentraba de la mano de Tom Sawyer y Huckleberry Finn en el Misisipi; me ha traído la alegría y la vitalidad de cuando era niña y el mundo era algo nuevo y fantástico, y en verdad creo que dentro de cuarenta años se considerará un clásico de la literatura infantil y juvenil que nada tendrá que envidiarle a los de Mark Twain. 
Por otra parte, sus personajes adultos resultan igualmente adorables. Al leer esta novela una los ve evolucionar y descubrirse tal y como en verdad son. Dicha evolución, en cualquier caso, nos llega mediatizada, en función de la visión infantil (que también cambia al ir creciendo la protagonista). En otras palabras, Liesel, como su amigo Rudy, pierde su ingenuidad paulatinamente, se llena de rabia al ir descubriendo (o más bien intuyendo) qué le pasó a su madre biológica, al tiempo que sus padres adoptivos pasarán de ser ante sus ojos unos extraños extravagantes y crueles a tan sólo unos seres humanos de bajo estrato sociocultural, de buen corazón y con cuatro dedos de frente (y no digo más, que es spoiler).
Pero además de por el narrador y los personajes, este libro me gustó porque es un canto de amor a la literatura, a la palabra escrita, a la ficción; ¿cómo no va a enamorarse una lectora y aspirante a escritora de él? ¿Cómo no voy a sentirme yo identificada con esto (página 511)?
"«LA LADRONA DE LIBROS»
ÚLTIMA LÍNEA
«He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura.»"
No obstante, si tuviera que elegir una reflexión de las tantas que he sacado de la novela sería la paradoja del antisemitismo, que creo extensible a la xenofobia y a cualquier tipo de discriminación, en verdad. Es muy breve; la cita de la que parte es la que continúa:
"Además del racionamiento al que todos estaban sometidos, en los últimos tiempos el negocio de su padre no funcionaba bien (la amenaza de la competencia judía había desaparecido, pero también los clientes judíos)."
Y es que siempre se tiende a ver en el otro, en el diferente, una competencia o una amenaza, nunca una oportunidad (¿quién no ha leído u oído sintagmas asquerosos como "el problema de la inmigración" o "la crisis migratoria"?). Después nos preguntamos por qué el auge de determinadas ideologías en nuestros días.

Puntuación dada en goodreads:
📕📕📕📕📕/5

Por cierto, feliz Navidad; espero que tengáis un 2019 productivo y sobre todo, ¡lleno de lecturas interesantes!

martes, 11 de diciembre de 2018

Una tragicomedia turolense

Como quincuagésimo primera lectura para mi reto lector del 2018 escogí Los amantes de Teruel, de Juan Eugenio Hartzenbusch Martínez, y en torno a ella se desarrollará la primera entrada de este diario literario virtual.
La edición de la que parto es de Planeta, y está fechada en 1989 (me hice con ella en una librería de viejo de esas que tanto me gustan por casi nada). En ella, además del escrito de Hartzenbusch, se incluye una amplia introducción así como múltiples notas del editor, Ramón Andrés. Por ello, de las 206 páginas que tiene el libro en total, tan sólo 83 son ocupadas por el texto literario. En cualquier caso, esta obra de teatro vio la luz por primera vez en 1836, aunque su versión final, que es la que se recoge aquí, no sería publicada hasta 1849.
En cuanto al autor, cuya vida transcurrió entre los años 1806 y 1880, puede decirse que además de un gran poeta y dramaturgo romántico fue un notable filólogo y crítico. Nació de la unión entre una española y un alemán, de ahí el impronunciable primer apellido, y quizá también su tendencia a ideales como la libertad, el medievo legendario o el amor como sentimiento arrebatador e inalterablemente desdichado – ¿por qué no presuponerlo teniendo en cuenta que es en el país germano donde nace el Romanticismo? ¿Porque hay muchas más razones para ello? Bueno, sí, pero tampoco es cuestión de hacer de esta entrada un ensayo biográfico, ¿me equivoco?
Los amantes de Teruel es, pues, todo un clásico, y a continuación lo destriparé a base de spoilers, si es que es eso posible teniendo en cuenta que es más que probable que el sistema educativo se me haya adelantado. No obstante, avisado queda el usuario.
La leyenda en la que se inspira la trama de Los amantes de Teruel podría remontarse al siglo XIII, y se encuentra citada en la introducción de esta edición según la versión que el editor califica como la "más ajustada a una tradición", la de las Relaciones históricas de los siglos XVI y XVII. A modo de sinopsis aquí la dejo yo también:
"En la iglesia de San Pedro, en la capilla de San Cosme y San Damián, de la dicha ciudad, está la sepultura de los Amantes, que llaman de Teruel, y dicen eran un mancebo y una doncella que se querían mucho, ella rica y él al contrario; y como él pidiese por mujer la doncella, y por ser pobre no se la diesen se determinó a ir por el mundo a adquirir hacienda y ella aguardarle ciertos años, al cabo de los cuales, y dos o tres días más, volvió rico y halló que aquella noche se casaba la doncella. Tuvo trazas de meterse debajo de su cama y, a media noche, le pidió un abrazo, dándose a conocer; ella le dijo  que no por no ser ya suya, y él murió luego al punto. Lleváronle a enterrar, y ella fue al entierro, y cuando le querían echar en la sepultura, se arrimó al ataúd y quedó allí muerta, y así los enterraron juntos en una sepultura, sabido el caso."
Antes de nada, he de ser honesta: me encanta la leyenda. Sin embargo, y a pesar de la brevedad de la obra de Harzenbusch, este título llevaba bastante tiempo entre mis lecturas pendientes, y al fin, después de mucho remolonear, le eché el guante y nos encaramos en un silencioso pero apasionado duelo al atardecer. Caí rendida, claro está; me encandilaron  la retórica y el verso rimado (y el personaje de Margarita, la madre, ¡ay, ese personaje! Más adelante explico por qué), si bien nada logró evitar que me riera de sus héroes. No en vano, supongo, existe el dicho ese de "los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él". Además, la historia de Hartzenbusch en un poco distinta de la original: elimina el funeral (en mi opinión, para mal).
Pero centrémonos ahora en sus protagonistas, capaces de convertir con tanto patetismo y mala suerte sus desgracias en aconteciendo un tanto cómicos. El mejor ejemplo de ello está, desde mi punto de vista, en la propia muerte de los héroes: se mueren porque no pueden estar juntos, literalmente. Bueno, Marsilla se muere porque Isabel le niega un abrazo, y ella porque él se ha muerto. Pero lo importante no es que no haya suicidio de por medio, que tampoco lo hay en el relato original, sino el hecho de que, a diferencia de la leyenda, caen muertos tan de repente que ni tienen tiempo de llorarse ni le dejan al receptor empatizar con su dolor. Como ya dije, se elimina la escena del funeral, y creo que en ella es donde estaba la clave. Ahora, al morirse tan repentinamente, me entró la risa. Quizá sea más simbólico y dramático este final porque Isabel "antes de llegar, cae sin aliento con los brazos tendidos hacia su amante": el suyo es un amor imposible y ni siquiera en la muerte logran unirse, abrazarse. Pero sigue pareciéndome mucho más bonita la imagen con que se cierra la leyenda, en la que ella se desploma sobre el cuerpo inerte de Marsilla, durante su funeral. Es, en resumen, un final tan precipitado que, como lectora, no sentí que tuviera tiempo de saborearlo, de enternecerme.
Pero la de Isabel y Marsilla no es la única muerte repentina y absurda más allá de las necesidades del texto que una puede encontrarse aquí. Hay otra mucho mejor: la de Roger de Lizana. Esta es narrada por Pedro de Segura, el padre de Isabel, al principio del drama, y no caigo en hipérboles al decir que me parece digna de "Mil maneras de morir". El fallecimiento de Roger sucede así (versos 589-598):
"En fin, de estarse / tanto sin pestañear, / él, cuyos sentidos eran / la suma debilidad, / se trastornó y cayó; dio / la guarnición del puñal / en tierra, le fue la punta / al corazón a parar / al infeliz, y a mis plantas / rindió el aliento vital."
Por cierto, cuando Pedro dice lo de "la suma debilidad" es porque Roger se había vuelto loco, "imbécil", debido a una misteriosa enfermedad. Y, aunque nunca se aclara del todo en la obra, me juego lo que queráis a que esta muerte también se debe a un amor frustrado. Parece que Cupido se había propuesto por aquel entonces quitarle el trabajo a la Parca.
Pero no es el único asesino en serie suelto. También está el honor. Quizá esto no resulte algo muy especial teniendo en cuenta la época, pero Pedro lo hace especial. Unos versos más arriba de los antes citados, Pedro dice haber estado dispuesto a dejarse matar cuando Roger lo atacó porque, en efecto, se encuentra también poseído por el poco práctico espíritu del romanticismo y preferiría morir a ir contra los designios del corazón de su hija. No obstante, debe hacerlo (contrariarla, digo), ya que dio su palabra de que si tras seis años y siete días Marsilla no aparecía hecho un hombre rico, ella se casaría con Rodrigo. En este punto yo me pregunto que si él era también un romántico, ¿por qué en un principio prefirió forzar un matrimonio de conveniencia, por qué no dejó a Isabel hacer lo que le daba la real gana?
En cualquier caso, he de reconocer que  en un primer momento Rodrigo me despertó más simpatía que Marsilla cuando hablando con Isabel (versos 1228-1267) le dice:
"Pues bien, amad [a Marsilla], Isabel, / y decidlo sin reparo; / que con ese amor tan fiel, / aunque a mí me cueste caro, / nunca me hallaréis cruel. / Mas si ese afecto amoroso, / cuya espresión no limito, / mantener os es forzoso, / yo, mi bien, yo necesito / el nombre de vuestro esposo. / No más que el nombre, y concluyo / de desear y pedir: / todas mis dichas intuyo / en la dicha de decir: / Me tienen por dueño tuyo. / Separada habitación, / distinto lecho tendréis... / ¿Queréis más separación? / Vos en Teruel viviréis, / yo en la corte de Aragón. / ¿Teméis que la soledad / bajo mi techo os consuma? / Vuestros padres os llevad / con vos: mudaréis en suma / de casa y de vecindad. / Nunca sin vuestra licencia / veré esos divinos ojos... / ¡Ay!, dádmela con frecuencia. / Si os oprimen los enojos, / hablad, y mi diligencia / ya un festín, ya una batida, / ya un torneo dispondrá. / Si lloráis... ¡Prenda querida! / cuando lloréis, ¿qué os dirá / quien no ha llorado en su vida? / Míseros ambos, hacer / con la indulgencia podemos / menor nuestro padecer. / Ahora, aunque nos casemos, / ¿me podréis aborrecer?"
Me parece hermoso que le de espacio, incluso pese a que lo haga para paliar el hecho de que no respeta lo que ella realmente desea, que es casarse con Marsilla o si no, meterse a monja. Y llegados a este punto hago otro paréntesis para seguir preguntándome cosas: ¿por qué insiste Rodrigo tanto en contraer matrimonio con una chica a la cual, como él mismo sugiere, ni verá porque pretende marcharse a Aragón? Quiero decir, ¿de veras aceptaría amargarle la existencia a una persona sólo para poder decir que la tiene por esposa? No sé, Rodrigo, ¿de veras no hay algo más? ¿No será que necesitas disimular que te sales de lo que viene siendo la heteronormatividad? ¿O quizá se trata de que en verdad no eres tan rico como presumes y pretendes dar aquí el braguetazo del siglo? Me parece un antagonista perfecto para dejar volar la imaginación.
Sea como fuere, tras la muerte de Roger de Lizana acaban en manos de Rodrigo unas cartas que comprometen el honor de la familia de Isabel: resulta que el patoso caballero que se clavó su propio puñal era el amante de la madre (de aquí sale la teoría de la locura por amor). Por ello, cuando Isabel no quiere casarse con Rodrigo, ya casi concluido el plazo dado a Marsilla para que regrese, el pretendiente desdeñado recurre al chantaje y la heroína decide sacrificar su felicidad en el altar del qué dirán.
Entonces, con el chantaje chungo, es cuando empezó a caerme un poco mejor Marsilla. Pero no mucho mejor; es un llorón en cuya estampa parecen haber coincidido más de una maldición gitana y la mirada de unos cuantos tuertos además de la de la loca de Zulima, y encima cuando al fin logra volver a Teruel, coge y le suelta a la pobre de Isabel (versos 1752-1767):
"Isabel, mira, / yo no vengo a dar quejas: fueran vanas. / Yo no vengo a decirte que debiera / prometerme de ti mayor constancia, / cumplimiento mejor del tierno voto / que invocando a la Madre inmaculada, / me hiciste amante la postrera noche / que me apartó de tu balcón el alba. - Para ti (sollozando me decías) / ¡O si no, para Dios! - ¡Dulce palabra, / consoladora fiel de mis pesares / en los ardientes páramos del Asia / y en mi cautividad! Hoy ni eres mía, / ni esposa del Señor. Di, pues, declara / (esto quiero saber) de qué ha nacido / el prodigio infeliz de tu mudanza."
Y más adelante, cuando ella le niega el abrazo, insiste e insiste, así que ella se ve en la tesitura de tener que negarse hasta en cuatro ocasiones. Pero vamos a ver, que está casada, que si la pillan dándote un abrazo será ante todos una mujer infiel y lo mejor que puede pasarle como tal es que se vea arruinada; ¿en serio la quieres tan poco, Marsilla, que por tu calentura la pones en peligro? ¿En serio? No sé vosotros, pero yo creo que es más bonito en esa situación hacerse a un lado elegantemente que estar insistiendo o echándole en cara nada a nadie.
Con diferencia, pues, lo que más me gustó fue la escena en la que la madre recuerda que ella también es una romántica, se reconcilia con su hija y se compromete a interceder y evitar la boda con Rodrigo. Todo comienza con Isabel lamentándose y amenazando con dejarse morir (versos 813-884):
"ISABEL: [...] Yo entonces a la virtud / nombre daba de falsía, / rabioso llanto vertía, / y hundirme en el ataúd / juraba en mi frenesí / antes que rendirme al yugo / de ese hombre, fatal verdugo, / genio infernal para mí.
MARGARITA: Por Dios, por Dios, Isabel, / moderad ese delirio; / vos no sabéis el martirio / que me hacéis pasar con él.

ISABEL: ¡Qué! ¿Mi audacia os maravilla? / Pero estando ya tan lleno / el corazón de veneno, / fuerza es que rompa su orilla. / No a vos, a la piedra inerte / de esa muralla desnuda; / a esa bóveda que muda / oyó mi queja de muerte; / a este suelo donde mella / pudo hacer el llanto mío, / a no ser tan duro y frío / como alguno que le huella, / para testigos invoco / de mi doloroso afán; / que, si alivio no le dan, / no les ofende tampoco.

MARGARITA: ¿Quién con ánimo sereno / la oyera? El dolor mitiga; / de una madre, de una amiga / ven al cariñoso seno. / Conóceme, y no te ahuyente / la faz severa que ves: / máscara forzosa es / que dio el pesar a mi frente; / pero tras ella te espera, / para templar tu dolor, / el tierno, indulgente amor / de una madre verdadera.
ISABEL: ¡Madre mía! (Abrázanse.)
MARGARITA: Mi ternura te oculté... porque debí... /¡Ha quince años que hay aquí / guardada tanta amargura! / Yo hubiera en tu amor filial / gozado, y gozar no debo / nada ya, desde que llevo / el cilicio y el sayal.
ISABEL: ¡Madre!
MARGARITA: Temí, recelé /dar a tu amor incentivo, / y sólo por correctivo / severidad te mostré; / mas oyéndote gemir / cada noche desde el lecho, / y a veces en tu despecho / mis rigores maldecir, / yo al Señor, de silencioso / materno llanto hecha un mar, / ofrecí mil veces dar / mi vida por tu reposo.
ISABEL ¡Cielos! ¡Qué revelación / tan grata! ¡Qué injusta he sido! / ¿Que tanto me habéis querido?/ ¡Madre de mi corazón! / Perdonadme... ¡Qué alborozo / siento, aunque llorar me veis! / Seis años ha, más de seis, /que tanta dicha no gozo. / Mi desgracia contemplad, / cuando como dicha cuento / que mis penas un momento / aplaquen su intensidad. [...]"
Juro que lloré con este diálogo; me parece tan emotivo, tan hermoso, tan real. Y es que esa es la magia de la literatura, a mi entender; ser capaz de hablar de una verdad que yace dentro de nosotros mismos a la par que nos muestra acontecimientos ficticios. Así, aunque no conozco a nadie que haya sufrido una muerte súbita debido a un amor imposible, sí he vivido enfados y reconciliaciones, ¿quién no? ¿Es acaso posible vivir sin herir alguna vez a alguien a quien queremos, sin sufrir su odio y su rencor? ¿A quién no le ha pasado de no saber cómo explicarse o si se debe disculpar? ¿Quién puede asegurar sin mentir que no ha llorado en secreto por esas causas? ¿Quién no ha dado o recibido un perdón?
En resumen, y a pesar de lo que quizá pueda haber parecido por lo dicho de sus personajes, recomiendo mucho leer Los amantes de Teruel. Puede que a veces el drama sea demasiado y acabe convirtiéndose en parodia de sí mismo, pero reconozco que lo pasé francamente bien entre sus páginas: reí, lloré, y hasta gocé del verso rimado. Además, aborda un tema todavía de gran actualidad: aboga por el amor como raíz de los matrimonio en lugar de la conveniencia y el dinero (porque sí, aún hoy las uniones de conveniencia atrapan a multitud de mujeres, niñas muchas veces, en el mundo).

Puntuación dada en Goodreads: 📜📜📜📜 /5

jueves, 6 de diciembre de 2018

¡Hola!

Mi nombre es Herme, aunque entre estanterías virtuales prefiero ser llamada Mel. ¿Qué más puedo decir sobre mí? Empezaré por el principio: nací en Venezuela en 1993, aunque he vivido casi toda mi vida en España, lo cual me ha hecho sentir siempre como a medio camino de dos mundos y sin encajar del todo en ninguno. Crecí, creo que en consecuencia, entre constantes fugas imaginarias, y al fin caí por completo enamorada de la literatura (sí, fui una potterhead). Después, como era previsible, estudié literatura en la universidad. Fue entonces cuando me desilusioné un tanto de esa amada mía. No obstante, decidida a mantener viva la llama y alejarme del terrible mundo académico, comencé mis andadas por bookstagram. Era cuestión de tiempo que esto del blog pasara, y al igual que la cuenta de bookstagram nació como remedio contra la desidia de los patrones lectores, este blog surge como forma de presionarme para ser más constante escribiendo y llevar el hábito de teclear más allá del Nanowrimo y su bendita presión social.
Así pues, aquí hablaré sobre los libros que lea, y de las opiniones y pensamientos que al respecto me surjan. Por ello, si tú también compartes esta afición por la palabra escrita (o si no, pero te interesa algo de lo que encuentres por aquí), no dudes en quedarte, comentar, sugerir... ¡Lo que más te apetezca! Yo intentaré dar un contenido que esté a la altura.