lunes, 15 de abril de 2019

Que despertar nos lleve a las palabras, no a la tumba

Hace algunas semanas, gracias a unos amigos en común, conocí a una muchacha de lo más interesante que resultó que había estudiado en la misma facultad que yo, y antes de que la conversación degenerara tuvimos ocasión de charlar sobre lecturas que hicimos en nuestra época universitaria. Entre los títulos de los que hablamos relució El despertar, de Kate Chopin, una novela estadounidense publicada por primera vez en 1899. Reconozco que en su momento no disfruté demasiado de ese clásico, ya que no logré empatizar con los personajes y su desarrollo emocional se me hizo demasiado abrupto, aunque he de decir que quizá esto no fuera culpa tanto de la obra en sí, sino más bien del estrés de tener que leerla por obligación y en el idioma original (además de porque en clase ya nos la habían espoileado entera, cómo no). En cualquier caso, lo que la profesora pretendía con esa lectura era que el alumnado reflexionara sobre cuestiones de género. A fin de cuentas, la idea de la que parte la historia es la de que el único camino que tiene un mujer para ser dueña de sí misma, para escapar a los restrictivos roles de esposa y madre que la sociedad le impone y ser ella misma, para ser libre, es la muerte. Así, la protagonista, a raíz de determinados sucesos, «despierta» del letargo de la feminidad patriarcal para encontrarse temiendo y anhelando una existencia distinta, imposible en su sociedad, y enfrentarse al dilema de liberarse de las cadenas mediante la muerte o aceptar seguir viviendo subyugada.
Desde aquella conversación con la que me encantaría considerar una nueva amiga no he dejado de darle vueltas a El despertar y a su actualidad pese al siglo y pico transcurrido: poco después de conocer a esa chica, a la que llamaré C., leí Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit. La traducción al español, a cargo de Paula Martín Ponz, fue publicada en el 2016 por Capitán Swing, apenas un año después de que el libro saliera a la luz en Estados Unidos, y en 2017 fue premiado como Libro del año 2017 Ensayo por el Gremio de libreros de Madrid.
Sin embargo, si en este mundo no queda ya nadie que no haya siquiera oído hablar de esta breve recopilación de ensayos (tiene apenas 143 páginas, agradecimientos incluídos) es, sobre todo, por el polémico término que se acuñó en las redes sociales a raíz de él: «mansplaining». En la contraportada se define del siguiente modo:
"El término mansplaining conjuga man (hombre) y explaining (explica) en alusión a este fenómeno: cuando un hombre explica algo a una mujer, lo hace de manera condescendiente porque, con independencia de cuánto sepa sobre el tema, siempre asume que sabe más que ella. El concepto tiene su mayor expresión en aquellas situaciones en las que el hombre sabe poco y la mujer, por el contrario, es la experta en el tema, algo que, para la soberbia del primero, es irrelevante: él tiene algo que explicar y eso es lo único que importa."
Leyéndolo reflexioné bastante sobre todas las veces que alguien se ha creído con la suficiente autoridad, por el mero hecho de tener él pene o de ser yo mujer, para explicarme cómo debería sentirme o reaccionar ante algo que yo había vivido y el otro no. Como cuando a una la acosan por la calle, en una fiesta o incluso en el aula, el lugar de trabajo o la familia ("no es para tanto, eres una exagerada"). Pensé también en todas las veces que se me ha dado como explicación última un "porque es cosa de mujeres", o "porque no es cosa de mujeres", depende. Y recordé todas las ocasiones que oí en el instituto decir aquello de que si no hay mujeres en los libros de historia es porque en los dos o tres milenios que nuestra civilización es capaz de recordar ni una sola hizo algo que mereciera la pena mencionar (y cómo en mi tierna adolescencia me lo tragaba). Y al fin me vinieron a la cabeza todas las veces que me he topado con bellas y bellos durmientes ofendidos porque una, en su afán por ir más allá de esa cutre explicación oficial, se preocupa por leer libros escritos por mujeres. Por poner en tela de juicio si lo que me dijeron en el instituto de que las mujeres somos basura histórica es cierto o no.


Con esos mismos amigos que me presentaron a C. fui a ver una obra de teatro titulada Veo veo, ¿qué no ves?, de la compañía Pezluna Teatro (al picar os redirecciono a su cuenta de twitter). Me gustó muchísimo porque partía del humor para acercarse al público, para establecer cierta complicidad con él, y después abordar la invisibilidad de las mujeres a lo largo de la historia, la violencia institucionalizada mediante ese concepto tan etéreo que es la tradición y los roles de género machistas en la educación. De igual modo, los ensayos de Los hombres me explican cosas están escritos en un estilo amable, cercano y conciliador, y parten de anécdotas en apariencia irrelevantes (una conversación en una fiesta, un cuadro, un «no sé» constante) para tocar verdades llenas de oscuridad. Para hablar de silenciamiento, de invisibilización; para denunciar la subyugación de la mujer en un mundo todavía dominado por hombres. Como pasaba en El despertar. Pero hasta ahí llegan las similitudes en cuanto al trasfondo con la novela que abría esta reseña, porque Los hombres me explican cosas no presenta la muerte como alternativa liberadora, sino la palabra. Así, en estas páginas se habla de movimientos como #metoo #yesallwomen, pero también del arte como medio para expresar esas vivencias que el sistema se empeña en silenciar porque incomodan. Hablar, reivindicar nuestra verdad, sigue siendo un acto de rebelión. Y mucho más efectivo, desde mi punto de vista, que el de suicidarnos; la muerte es un abandono, una renuncia, mientras que en la palabra reside la lucha.
"La capacidad de contar tu propia historia, sea en palabras o en imágenes, ya supone una victoria o una rebelión"
¿Qué si lo recomiendo? ¡Desde luego que lo recomiendo! Y no sólo a quienes se consideren feministas, sino a todo el mundo: mujeres, hombres, jóvenes, viejos, feministas, «igualitaristas»... Todos deberíamos leer este libro, ya que, si bien puede ser muy introductorio para quien ya tenga algunos conocimientos sobre cuestiones de género, no deja de ser necesario. A fin de cuentas, tanto si es para apoyar algo como si es con el fin de argumentar en contra, mejor hacerlo desde el conocimiento que desde la ignorancia y el cliché cutre, esto es, marcándote un mansplaining, ¿no?

Puntuación dada en Goodreads: 💜💜💜💜/5

Por cierto, últimamente las reseñas me salen más cortitas de lo habitual; estoy bastante estresada con la vida fuera del ordenador, pero la cuestión es ¿os gustan más así o preferís los análisis más extensos de antaño?